22 de diciembre de 2011

El OTRO ZUMAQUE

Diálogo con el guitarrista monteriano Alfredo Zumaqué, fallecido recientemente en la capital de Córdoba.

Por Fausto Pérez Villarreal


Estamos en el centro de Montería. La gente camina presurosa en distintas direcciones ante la amenaza de la lluvia que empieza a caer en minúsculas gotas. Los lustradores de zapatos, los administradores de quioscos expendedores de revistas y periódicos y los vendedores estacionarios de baratijas de los alrededores de la Catedral San Jerónimo recogen sus motetes con esa velocidad que ya es costumbre en los reality's de televisión cuando los participantes se aprestan a encarar una prueba de salvación.

No hay duda ninguna. El cielo oscurecido y la ráfaga de viento que da vueltas en redondo, levantando hojas secas de árboles y desperdicios regados en el suelo, advierten que de un momento a otro se desatará la precipitación.
“Hay que buscá techo, mi hemmano”, me dice una persona de piel cuarteada por los años que pasa junto a mí, y me deja atrás con sus largos zancos.

En medio de esa caótica sucesión de imágenes descubro al personaje con el que me había citado la noche anterior. Vengo atrasado, y no me ha visto todavía, digo para mis adentros. El hombre avanza con lentitud —cansado quizás de esperarme, pienso—. Su paso da la apariencia de desafiar al aguacero que se avecina. Ni siquiera se inmuta por los estrepitosos relámpagos.
Lleva en su mano derecha el estuche de una guitarra, con ella adentro, por supuesto, y en su rostro la expresión imperturbable de la serenidad.
“Yo sabía que usted iba a venir aunque estuviera lloviendo, y por eso no me afané en correr”, dice, tocándome suavemente el hombro con su mano izquierda, cuando llego a su lado”.

Me disculpo por la tardanza y le doy las gracias por esperarme. Él, sin detener el paso y sin mirarme, sólo responde: “Busquemos un sitio donde protegernos, porque lo que viene es agua de la física y en chorro”.

La modestia en toda su expresión

Justo al llegar a un establecimiento frente al río Sinú, en la monumental Avenida Primera, se desata la lluvia acompañada de truenos. Alfredo Zumaqué se acomoda en su silla, saca la guitarra y, envuelto en un tufo de ron reciente que le emana de los poros, comienza a rasguear la melodía de un viejo bolero de Álvaro Carrillo. Entona el primer verso con el rubateo que lo caracteriza…
Tanto tiempo disfrutamos de este amor

nuestras almas se acercaron, tanto así
que yo guardo tu sabor
y tú llevas también

sabor a mí…
Segundos después detiene abruptamente el canto para preguntarme: “Dígame una cosa: ¿usted viene a mí, atraído por mi fama de guitarrista, porque lo recomendó su tío Miguel Ramón o porque soy hermano del maestro Francisco Zumaqué?”.
Por lo primero —le respondo—. De su hermano todos han hablado. Sabemos que es un músico de conservatorio, que es maestro de maestros, pero de él no quiero que hablemos…
Aunque cortante, su respuesta es amable: “No sé por qué ustedes los periodistas insisten tanto en hablar de mí si saben que la gente no me baja de marihuanero. Sé, también, que muchos de sus colegas aseguran que soy un valor perdido, que el vicio no me dejó crecer, dizque soy un guitarrista ejemplar; dizque mi oído no tiene igual; dizque el más fiel de los herederos del viejo Francisco Zumaqué soy yo; dizque esto y lo otro. Yo sólo digo que al que hay que entrevistar es a mi hermano Pacho. Él es el famoso, y tiene cosas más interesantes que decir. Yo no. Yo sólo soy un tomador de tragos y un fumador empedernido que toca la guitarra por placer. Nada más”.

Esa respuesta me recordó un apunte del escritor José Luis Garcés, apenas 24 horas atrás, cuando le consulté su opinión sobre Alfredo Zumaqué. “La modestia y los malos hábitos se lo han ido carcomiendo”, respondió el cofundador del grupo literario El Túnel de Montería.

Gilma Gómez y Francisco Zumaqué

Otro comentario similar lo esbozó el poeta, compositor y cantante Miguel Ramón Villarreal Atencio, amigo de toda la vida de Alfredo: “Es uno de los guitarristas más excelsos que ha brotado de la Costa Caribe. Su punteo y musicalidad lo sitúan a la altura del desaparecido Sofronín Martínez, pero su estilo de vida le ha imposibilitado crecer”.
Muchos aseguran que Alfredo Zumaqué no llegó lejos por su naturaleza misma. Él prefirió la compañía solitaria de su guitarra al bullicio ensordecedor y las luces incandescentes de la fama.
Su fraseo melódico

Alfredo, el cuarto de los once hijos que tuvieron Francisco Zumaqué y Gilma Gómez, nació el 8 de agosto de 1954 en Montería.
“La música la sentí desde que estaba en la barriga materna —dice—. Mi padre tenía una orquesta y practicaba con ella en el patio de nuestra casa. Mamá me contó muchas veces que, cerca de su vientre crecido, el viejo afinaba el saxo. Ya debe darse cuenta por qué salí músico”.
Al crecer, Alfredo se familiarizó con Los Macumberos del Sinú, agrupación dirigida por su padre. En su mente retiene los instrumentistas que más lo impactaron: el trompetista Miguel Oviedo; el saxofonista Adbel Barón; el trombonista Rosendo Martínez; el timbalero Reinaldo Bello; el baterista Fidalgo Díaz; el bajista Humberto Silva y el maraquero y cantante Julián Hernández.
“Ese era un grupo de combate... La música la aprendí de oído y la perfeccioné en la academia —recalca—. Mis enseñanzas las obtuve aquí en mi tierra monteriana: soy bachiller del Colegio Juan XXIII, y estudié solfeo en la Escuela de Bellas Artes. Mi maestro fue el pianista y compositor Dionisio Tiburcio Romero, arreglista de la Sonora Cordobesa, autor de ‘El bocachioco sinuano’. A nivel de estudios superiores me nutrí de conocimientos en el conservatorio de la Universidad Nacional. Allá recibí clases de composición de mi hermano Pacho, que era docente, y del director Blas Emilio Aterthúa. También estudié gramática durante tres años, y me pulí en la ejecución del contrabajo”.

Lo que aprendió en la Academia lo puso en práctica, en Los Macumberos de su padre. Con esa orquesta recorrió Colombia, siempre como ejecutante de la guitarra. Su fraseo melódico, lo que comúnmente es conocido como rubateo, le daba identidad a la agrupación.

“Permanecí varios años en Los Macumberos hasta que decidí formar tolda aparte y experimentar como solista luego de haber grabado con mi padre y la Orquesta Fascinación Caribe. Quería ser sol de mi propio mundo. Me desempeñé como músico hotelero y trabajé en establecimientos de reputación de San Andrés, Panamá y Cartagena antes de volver a mi charco y anclar aquí”.
La bohemia, compañera inseparable
Agrupaciones de reputadas trayectorias internacionales como las de Johnny Pacheco, Willie Colón, Joe Batam y conjuntos de enorme relieve nacional como Los Corraleros de Majagual, La Tropibomba y Fruko y sus Tesos, entre otros, han utilizado los servicios de Alfredo, en varias de sus presentaciones en vivo, cuando, por cualquier motivo, uno de sus músicos ha fallado.

“Las notas limpias de su guitarra y su perfecta ejecución le permiten acoplarse con facilidad a cualquier ritmo”, asegura el tres veces rey vallenato Alfredo Gutiérrez, quien lo ha tenido como fórmula salvadora en más de una de sus actuaciones, en diferentes ciudades de la Costa Caribe.

 “La lluvia, como esta que cae ahora, me invita a estar conmigo mismo —me dice Zumaqué—. La soledad me despierta sensaciones encontradas. Hay veces que la amo y me encierro con ella, en la bebida. Pero hay otras veces que me asusta y le huyo, lleno de pavor, como si estuviera siendo perseguido por una manada de toros embravecidos. Es que la soledad permanente es madre de todos los vicios”.
—Pero a sabiendas de ello, usted ama la soledad…

—Sí, pero no me dejo arrastrar por ella. A la que nunca le fallo es a la bohemia. Y ella tampoco me falla a mí. Es mi eterna compañera esté solo o acompañado.

—Retomando los vicios, ¿cuáles son los suyos?

—Mis vicios son personales e inofensivos. Son beber y fumar. Los típicos vicios de los bohemios.

—¿Qué nos puede decir de su vida privada?

—Que soy casado y divorciado; que tuve dos hijos de los cuales se me murió uno; que vivo solo. En fin, no tengo muchas cosas que decir.
“Lo mío seguirá siendo esto”

Guitarrista estrella de ‘Caballo de Palo’, una agrupación salsera de Montería que ha alternado con lo más selecto de la Cuenca del Caribe, llámese Richie y Bobby Cruz; llámese Cheo Feliciano; llámese Johnny Pacheco o llámese la Orquesta Aragón , Alfredo Zumaqué vive sin rimbombancia ni aspavientos. Muchos lo ven con indiferencia y hasta lo califican de vicioso sin remedio.

“Lo que pasa es que él no ha sabido darse su porte. Él es para que estuviera en Europa o en Bogotá, viviendo bien, como su hermano, pero prefirió quedarse aquí”, me dijo en una conversación previa, con aire de lamento, el cantante de boleros Gustavo Cabrales Sosa.

—¿Por qué no se marchó en busca de otros mares, como su hermano Francisco, por ejemplo?

—Porque somos diferentes. En ‘El olor de la guayaba’, Gabriel García Márquez dijo que para poder progresar tuvo que sacrificarse e irse de aquí. Mi accionar fue opuesto. Preferí la bacanería al sacrificio. Lo mío era esto. Sigue siendo esto y lo será hasta que ‘pele el guineo’.

El cese de la lluvia coincide con la culminación de la charla. Alfredo Zumaqué toma la guitarra y comienza a sacarle notas. Son notas limpias y puras que enternecen las palpitaciones del corazón…




Montería, noviembre 19 de 2005

1 comentario:

  1. Fernando Carlos BARROS ANGULOdiciembre 29, 2011

    Alvaro: no me enteré cuando murio Alfredo. Te juro que leí este artículo con los ojos encharcados.
    Siempre he sostenido la tesis de que precisamente el celo artístico de Alfredo y su desparpajo y sencillez mal entendidas por muchos de nosotros y por culpa de las apariencias y el convencionalismo arraigado en el alma de la mayoría de las personas que no se detienen a ver má allá de las apariencias;Se desperdicio el musico mas talentoso,autentico y poético que durante mi vida he conocido. Yo entendí el alma musical de Alfredo ZUMAQUE y me duele no haberme atrevido, quizá por limitaciones financieras, a ser su manager, o mesenas.
    Un abrazo
    Fernando Carlos BARROS ANGULO

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